Thursday, April 03, 2008

Bitacora de un día

Viernes siete de Marzo del año dos mil ocho. No sé bien si fue el reloj biológico o una pesadilla que no recuerdo la que me hizo abrir los ojos dos horas antes de que el teléfono celular me indicara que era tiempo de levantarse. Escondida debajo de mis sábanas intenté conciliar nuevamente el sueño antes de comenzar mi día. No debo haber dormido mucho más de una hora cuando la canción Holliday de mi celular me avisó que ya eran las cinco y media de la mañana. La luz de mi lámpara de velador me ayuda a desperezarme y luego de unos minutos de pelear contra las sábanas me dirigí a la ducha.

Las cinco con cuarenta y cinco; el movimiento en la casa se hizo más activo cuando el rostro de mi hermana, marcado por una almohada no lo suficientemente blanda, se asomó por el comedor, buscando sus implementos para entrar a la ducha. Elegir ropa se hace tedioso cuando a penas se pueden mantener los ojos abiertos por la falta de sueño, pero el salir de la casa en busca de ropa limpia en el colgador, provoca una violenta reacción en mi instinto de protección contra el mundo externo. Dos calcetines, un pantalón y un chaleco, acompañados de un par de zapatillas azules con cordones blancos, me indican que la hora no perdona.

Seis de la mañana, la tetera llena de agua comienza a emitir el silbido característico mientras el agua hierve y yo busco un pote para guardar mi almuerzo. Una cucharada y un cuarto de leche en polvo, una cucharadita de café bien colmada y cuatro gotas de ese endulzante que aún no me gusta lo suficiente.

A las seis con cuarenta y cinco, el bus debería estar por pasar. Cinco minutos de atraso y una hora y quince minutos de viaje hasta el metro Puente Cal y Canto; de ahí es media hora más a la universidad. Clases de Didáctica de las Matemáticas a las ocho treinta. Tres módulos seguidos, dos recreos de veinte minutos, un diagnóstico, un café y una marraqueta del punto Break. La hora siguió avanzando, a las doce y media el teléfono me recuerda que tengo una junta pendiente. “Espérame, bajo al tiro”. Tres mujeres y un hombre, salimos del Campus San Joaquín camino al metro, conversando de la vida como siempre, después de haber pasado más de dos meses sin saber del otro lo suficiente. Primer desvío, Estación Santa Ana, de los cuatro solo bajamos tres, dos mujeres y un hombre y luego dos hacia Escuela Militar y una a San Pablo.

El teléfono sonó, la pantalla marcó un teléfono conocido bajo la hora, cinco minutos para la una. Un atraso en los planes… “¿Hacia donde vas?”. Una y cinco, la estación escogida fue Los Leones, en el andén mi amigo sacó la cámara fotográfica. Sacamos unas cinco fotos, entre ellas dos artísticas con el metro de fondo.

Nos despedimos, él a almorzar con su padre, yo a buscar en la superficie un teléfono público. Una moneda de cien pesos antigua; marqué el teléfono: cero – nueve – nueve – cero – noventa y dos – ochenta y tres – veintiséis. Cinco timbrazos antes de contestar. “…En el metro Pedro de Valdivia en una media hora más…”. El tiempo exacto fueron cuarenta y cinco minutos, pero ¿Quién toma el tiempo?
Cuatro y media, reunión de organización; unas cuantas bromas y preparación para la jornada de bienvenida del grupo con el que nos reencontramos. Seis y treinta de la tarde, la lluvia amenaza con caer en grandes cantidades, así que el metro se vuelve el mejor refugio. Línea uno, hasta Baquedano, línea cinco hasta Santa Ana y luego línea dos hasta Vespucio Norte. Ocho de la tarde, la intermodal estaba repleta, el bus de vuelta a casa se atrasó, no había abordado ninguno desde las siete un cuarto. Dispuestos a esperar nos colocamos en la fila, mientras que la lluvia se volvió copiosa y los rayos y truenos se hicieron presentes a nuestro alrededor… Lindo espectáculo, pero la hora esta vez no pasa lo suficientemente rápido. Ocho y cuarenta y cinco, al fin conseguimos subir a un bus. 50 personas abordo, una carretera y treinta minutos de camino de vuelta a casa.

Nueve y treinta, una ducha reparadora y un pijama que aún permanecía guardado entre la ropa de invierno; me interné sin otras ganas entre mis sábanas y terminé mi día conciliando mi sueño bajo mi plumón verde y mis sábanas a cuadros.