Saturday, September 24, 2005

Es de día en el centro de Santiago. Comienza a haber movimiento, de aquí para allá; los negocios a abrir sus puertas a los compradores que pasean por las calles. Es un sábado de invierno; el viento congelado se cuela bajo los cartones húmedos que cubrieron cuerpos casi inertes por la noche. Los de la ley hacen su primera ronda sabatina, y tras ellos, ocultos de la luz del sol, los vendedores ambulantes se disponen a trabajar. El movimiento comienza a ser más ruidoso a medida que pasan las horas. En una esquina, silencioso, un niño pequeño observa con cuidado cada cosa que lo rodea. Es Luis y va descalzo de pies y cuerpo; no tiene más de doce años, de los cuales siete los ha vivido en la calle. Sabe leer, si, y, con esfuerzo, también escribe algunas palabras. Su madre son las lanceras y cartereras del sector; su padre, alguna que otra alma caritativa que se conduele de él y le ofrece un par de céntimos; su hogar, un par de cartones y el techo roto de un negocio cercano.
Luis ha aprendido a sobrevivir. Cuando tiene hambre, va y le pide al carnicero los restos de carne que piensa votar a la basura; se las come crudas la mayor parte del tiempo, pero sacian, al menos en parte, su hambre. A veces, cuando limosnea suficiente, se da un lujo y se compra un sándwich donde la señora Ana, esa que vende cafés, sopaipillas y otras cosas cerca de la vega central. De noche, cuando llueve o hace mucho frío, le ruega a doña Helga que deje abierto el techo exterior de su almacén. Doña Helga es una buena persona, y la mayoría de las veces se lo permite; pero ay del pobre Luis si es que tiene un mal día, o si algún muchachito bandido saquea el pasillo de las golosinas, porque sus mil amores se van a la basura y Luis no tiene más opción que refugiarse en el hall de baldosa de algún edificio cercano.
Es un niño valioso ese Luchito, callado, poco quejumbroso, sonriente y juguetón cuando lo permiten sus fuerzas. En unos días más cumpliría trece años, pero no está feliz. Últimamente se había sentido muy mal, le dolía el pecho y una tos lo había molestado durante mucho tiempo. Una noche el malestar se le hizo más presente que nunca, tanto que con cada vez que tosía creía que se le saldrían los pulmones por la boca. Un dolor punzante le atacaba el corazón y el alma a penas dejándole espacio para tomar aliento. Cerró los ojos unos momentos para calmar un poco el sudor frío que corría su espalda, al fin, rendido, se puso de pie, tambaleándose. Salió a la calle, estaba lloviendo y las calles vacías, a lo lejos oía una música. Allá en la pérgola, donde todos los domingos tocaba la banda de los carabineros, alguien tocaba una música celestial. Sin saber porqué ni cómo se dirigió hacía la música y cuando llegó allí, se detuvo a escuchar. De pronto la banda dejó de tocar y las miradas de los instrumentistas se fijaron en Luis; el director estiró la mano donde tenía el puntero y se lo ofreció al niño. Luisito avanzó hacia él y recibió el puntero, entonces la banda comenzó a tocar.
Sumergido en todos esos sonidos, se vio rodeado de colores y sabores que hacía mucho que no sentía, a su alrededor giraban imágenes de un pasado que no recordaba; risas de niños, la voz de alguien que le cantaba con ternura. Cerró los ojos y riendo con mucha energía comenzó a girar sobre si mismo.
Los cantos, la música y la risa se fueron disipando poco a poco, y Luis comenzó a sentir mucho frío, volvía a tener esa sensación de soledad que sentía generalmente; cayó sobre el suelo, dejándose vencer por las lágrimas, una enorme oscuridad lo rodeaba por completo, el frío le era insoportable, no podía siquiera ponerse de pie. Entonces una luz lo rodeo completo, parecía no venir de ningún lado y de todas partes a la vez; y en medio, una sombra, la silueta de una mujer vestida de blanco que murmuraba.
Luis ya no sentía frío, un calor rodeaba su cuerpo mientras la mujer se acercaba a él. Los susurros se sentían ahora más cerca, la voz le parecía muy conocida. Con una ternura inmensa la voz lo envolvió por completo y lo transportó a un jardín repleto de amapolas.
- ¿Por qué si nunca he estado aquí todo me parece tan familiar? – Se cuestionó Luis una y otra vez mirando a su alrededor.
- ¿No te gusta este lugar Luisito? – Preguntó la voz. Luis se dio vuelta y halló entonces a una mujer de blancas vestimentas y blanco rostro.
- Es lindo… - le contestó – todo me parece muy familiar… incluso su voz…
- ¿Será que ya estuviste aquí alguna vez, y me conociste también…?
- No lo creo… - replicó él – de haber sido así, lo recordaría…
- ¿Por qué estás tan seguro?
- Porque sería uno de los únicos recuerdos bellos en mi vida… jamás olvidaría un lugar como éste…
- ¿Quieres quedarte Luis?
- ¿Puedo?
- Deberás elegir… puedes volver de donde vienes… con todos los que dejaste allá, o quedarte aquí, conmigo, rodeado de todo esto que no morirá nunca…
- No hay mucho que elegir…
- ¿Por qué lo dices?
- Porque no hay nada que yo haya dejado allá, de donde vengo, nada más que tristezas y dolores… fríos y hambres… ni aunque me muriera de hambre aquí elegiría volver… porque al menos en este lugar no hace ese frío que te astilla los huesos y te congela el alma…
- ¿Decides entonces, abandonarlo todo, olvidarte de esa vida y quedarte aquí el tiempo que te queda, sin tener opción de conocer otros lugares?
- Así lo prefiero… porque si ambiciono mucho, puedo causarme aún más daño, prefiero aferrarme a lo que puedo ver y no a lo que puedo llegar a conocer, ya que siempre existe la posibilidad que pierda incluso lo que poseo por ambicionar tener más de lo que se me regala.
- Eres muy sabio Luchito… - Dijo la mujer acariciándole la cabeza – si al menos la mitad de la gente de tu mundo pensara como tu, no causarían tanto daño por obtener un objetivo…
- ¿Puedo quedarme entonces? – preguntó entusiasmado el muchacho.
- Una pregunta más debo hacerte antes…
- ¿Qué cosa?
- Si tuvieses la posibilidad de abandonar todo esto a cambio de que todos aquellos niños que sufren como tú dejaran de sufrir… ¿lo dejarías?
- Si gracias a eso me asegura que mis compañeros de la calle dejarían de sufrir lo haría… pero nadie puede asegurarme eso…
- ¿Confías Luis?
- Depende en que tengo que confiar…
- ¿Confías en mí?
- Eso creo… no se siquiera su nombre, pero hay algo que me hace confiar… algo que me hace saber que si puedo confiar…
- ¿Y si yo te aseguro que por tu sacrificio puedes salvar a miles de niños que sufren lo mismo o más que lo que tú has sufrido?
- Entonces, solo entonces volvería, y sobreviviría hasta el momento en que pueda irme de allí…
- Vete entonces… y salva la vida de todos esos niños que te esperan allá abajo… no mires atrás, porque si miras atrás, tu sacrificio no servirá de nada. – dicho esto, la mujer encamino a Luis a la salida del jardín.
El niño abrazó a su nueva amiga al llegar allá y le preguntó: “¿volveré a verla?” “Siempre podrás verme…” le respondió ella. Entonces caminó hacía afuera, pronto comenzó a sentir frío, ese frío que lastimaba el alma y el corazón, se vio de nuevo en la pérgola de la Plaza de Armas, rodeado de oscuridad. Se recostó en el centro y soñó con estar de nuevo en el jardín.
Cuando despertó estaba rodeado de aromas, los mismos aromas de la noche anterior. Abrió los ojos y estaba de vuelta en el jardín con la señora.
- ¿Qué hago aquí de nuevo? Debería estar allá… para salvar del sufrimiento a los niños…
- no te preocupes – lo calmó la señora – ya no tienes que hacer nada, solo saber que fuiste capaz de sacrificar tu felicidad por otros, me es suficiente para salvarlos…
- Entonces ¿ahora si puedo quedarme?
- ¿Qué crees? – Luis se desbordó de alegría y abrazó con todas sus fuerzas a la mujer vestida de blanco.
Después de largas horas de reír y recordar los buenos momentos que vivió en la calle, dentro de todo el sufrimiento, Luis se dejó vencer por el cansancio que le había impedido conseguir un descanso pleno; y se durmió sin más preocupaciones, y soñó con la vida que desde ahora llevaría en el jardín de la señora.
Luis murió el 25 de abril de 1999, según la autopsia, de pulmonía e hipotermia. Murió solo, así como miles de niños que a diario mueren olvidados en la calle, sin que nadie siquiera lo eche de menos. Quise contar esta historia, la historia de este niño, que en esta tierra no vivió, sino que sobrevivió; se mantuvo en pie de una manera sobre humana, alimentándose de las migajas de quien tiene mejor suerte, abrigándose con la “basura” de quienes tienen un techo.Son niños como Luis que serán nuestro futuro, niños como él, que, a pesar de su sufrimiento, fue capaz de pensar en otros y sacrificarlo todo, por ayudarlos. Y si él estuvo dispuesto, él que no tenía más que lo que le quedaba de vida para ofrecer, ¿Qué esperamos nosotros? Nosotros que tenemos los medios, que tenemos dos manos y un corazón para hacer feliz a quien sufre de la inclemencia del frío, no solo de la calle, sino también de la indiferencia de la gente que a diario pasa a su lado y no salva esas vidas, esos corazones que ruegan por la posibilidad de vivir.

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